Los Hombres que Vieron a Dios
En una aldea vivían dos hombres que continuamente se peleaban y no podía vivir sin ofenderse el uno al otro. A cada rato, por cualquier motivo, surgía una pelea. La vida se hacía insoportable para los dos, pero también para todo el barrio. Un día, algunos ancianos le dijeron a uno de los dos: "La única solución es que tú vayas a encontrarte con Dios".
"De acuerdo,- contestó el hombre- pero ¿dónde?. "Basta que tú subas allá arriba, a la cumbre de la montaña, para encontrarte con Dios.
Después de algunos días de camino difícil y fatigoso, aquel hombre llegó a la cumbre de la montaña. Dios lo estaba esperando allá, arriba.
El hombre cuando vio a Dios no quería creer. Se frotó los ojos para ver mejor. Pero, no había alguna duda. Dios tenía el rostro de su vecino tan antipático e intratable.
Lo que Dios le dijo, nadie lo sabe. Pero cuando volvió a su pueblo ya no era el mismo hombre que antes.
Sin embargo, no obstante su amabilidad y deseo de reconciliación, todo seguía casi como antes porque el vecino inventaba continuamente nuevos pretextos para discutir y pelear.
Los ancianos se dijeron entonces: "Es necesario que también el otro vaya a ver a Dios" Lograron convencerlo y también el vecino partió por la montaña para ver a Dios. Y allá arriba también él descubrió que Dios tenía el rostro de su, tan odiado, vecino. Desde aquel día todo ha cambiado y la paz reinó en aquel barrio...
Es en verdad un gran acto de fe creer de veras que nuestros hermanos, también los más difíciles, son imagen del mismo Dios. Pero bastaría creer esto para que el mundo caminara en paz. Hay que creer sin ver y creer aún cuando el rostro de Dios esté cubierto de barro y de lodo mal oliente. Si hubiéramos tirado un puñado de piedras preciosas en un chiquero y los chanchos las hubieran pisado y cubiertas de fango, no por eso dejarían de ser perlas preciosas.. Así es el rostro de nuestros hermanos que, aunque ensuciados por el pecado, son siempre imagen y semejanza de Dios. Hay que creer que detrás de unas apariencias feas y antipáticas está escondido el mismo rostro del Hijo de Dios.