... Haber sido alcanzado por Cristo

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Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él. Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio Eucarístico. En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso LA EUCARISTÍA NO ES SÓLO FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA DE LA IGLESIA; LO ES TAMBIÉN DE SU MISIÓN: “UNA IGLESIA AUTÉNTICAMENTE EUCARÍSTICA ES UNA IGLESIA MISIONERA” (Propositio 42)..... afirmó el Papa, en la procesión de Corpus del año pasado, desde su catedral de san Juan de Letrán hasta la basílica de santa María la Mayor.

 La Iglesia, si no es misionera, no es fiel a Jesús que la fundó.  No es la Iglesia de Jesucristo.


   SEÑOR JESÚS, EN SINTONÍA CON LA MISIÓN CONTINENTAL DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE, TE PEDIMOS NOS CONVIERTAS EN UNA IGLESIA LLENA DE ÍMPETU Y AUDACIA EVANGELIZADORA. HAZ QUE RECOBREMOS EL VALOR Y LA AUDACIA APOSTÓLICOS. POTENCIA EN CADA UNO DE NOSOTROS EL FERVOR ESPIRITUAL, PARA QUE PODAMOS CONSERVAR Y ACRECENTAR LA DULCE Y CONFORTADORA ALEGRÍA DE EVANGELIZAR, INCLUSO CUANDO HAY QUE SEMBRAR ENTRE LÁGRIMAS, CON UN ÍMPETU INTERIOR QUE NADIE NI NADA SEA CAPAZ DE EXTINGUIR. QUE SEAMOS IGLESIA EN PERENNE ESTADO DE MISIÓN. Y QUE SEA ÉSTA LA MAYOR ALEGRÍA DE NUESTRAS VIDAS ENTREGADAS.

SEÑOR JESÚS, TÚ SABES QUE ¡NECESITAMOS UN NUEVO PENTECOSTÉS! NECESITAMOS SALIR AL ENCUENTRO DE LAS PERSONAS, LAS FAMILIAS, LAS COMUNIDADES Y LOS PUEBLOS PARA COMUNICARLES Y COMPARTIR EL DON DEL ENCUENTRO CONTIGO, QUE HA LLENADO NUESTRAS VIDAS DE “SENTIDO”, DE VERDAD Y DE AMOR, DE ALEGRÍA Y DE ESPERANZA.

SEÑOR JESÚS, QUE TU BENDICIÓN QUE NOS DAS AHORA NOS COLME CON LA FUERZA DE TU ESPÍRITU SANTO, NOS CONVIERTA Y SANTIFIQUE PARA QUE PODAMOS DAR UN TESTIMONIO CREIBLE DEL AMOR CON QUE NOS AMASTE  Y NOS SIGUES AMANDO.  Y NUESTROS HERMANOS, TODOS, TENGAN VIDA Y VIDA EN ABUNDANCIA.


 

 AÑO DE LA FE

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Ciudad del Vaticano, 21 junio 2012 (VIS).- Esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha tenido lugar la presentación del “Año de la Fe” (11 de octubre 2012- 24 de noviembre 2013).

Intervinieron en el acto el arzobispo Rino Fisichella y monseñor Graham Bell, respectivamente presidente y subsecretario del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.

El arzobispo Fisichella ilustró también el calendario de los grandes acontecimientos que tendrán lugar a Roma en el curso del Año de la Fe y presentó el sito Internet y el logo que caracterizará todos los eventos del Año.

“Benedicto XVI, en su carta apostólica 'Porta Fidei' -dijo el prelado- hablaba de la exigencia de volver a descubrir el camino de la fe para resaltar cada vez más la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. A la luz de este pensamiento (...) ha convocado un 'Año de la Fe' que comenzará en coincidencia con dos aniversarios: el quincuagésimo de la apertura del Concilio Vaticano II (1962) y el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ...El Año de la Fe se propone, ante todo, sostener la fe de tantos creyentes que, en medio de la fatiga cotidiana, no cesan de confiar, con convicción y valentía ,su existencia al Señor Jesús. Su testimonio, que no es noticia (...) es el que permite a la Iglesia presentarse al mundo de hoy, como en pasado, con la fuerza de la fe y con el entusiasmo de los sencillos”.

 Por otra parte, este Año “ se inserta en un contexto más amplio, caracterizado por una crisis generalizada que atañe también a la fe (...)La crisis de fe es la expresión dramática de una crisis antropológica que ha dejado al ser humano abandonado a sí mismo (...) Es necesario ir más allá de la pobreza espiritual en que se encuentran muchos contemporáneos, que ya no perciben la ausencia de Dios en su vida, como una carencia que debe ser colmada. El Año de la Fe quiere ser un camino que la comunidad cristiana brinda a los que viven con nostalgia de Dios y con el deseo de encontrarlo de nuevo”.

  Así, el programa toca “la vida diaria de cada creyente y la pastoral ordinaria de la comunidad cristiana para que se vuelva a encontrar el espíritu misionero necesario para dar vida a la nueva evangelización”. En este ámbito, el arzobispo anunció que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha aprobado el formulario de una Misa especial 'Para la Nueva Evangelización'. “Es un signo para que en este año (...) se de la primacía a la oración y especialmente a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana”.

 A continuación, el arzobispo presentó el logo del Año de la Fe: una barca, imagen de la Iglesia, cuyo mástil es una cruz con las velas desplegadas y el trigrama de Cristo (IHS). El sol, en el fondo, recuerda la Eucaristía. El sito del evento www.annusfidei.va, en diversos idiomas, se podrá consultar a través de todos los dispositivos móviles y tablets. También está listo el himno oficial: “Credo, Domine, adauge nobis fidem”. Asimismo, a primeros de septiembre se publicará, en diversos idiomas, el Subsidio pastoral “Vivir el Año de la Fe”. Una pequeña imagen del Cristo de la catedral de Cefalú (Sicilia), en cuyo reverso está escrita la Profesión de Fe, acompañará a los fieles y peregrinos a lo largo del Año.

 Por último, dio a conocer el calendario de los eventos más importantes que contarán con la presencia del Santo Padre y se celebrarán en Roma; entre ellos la apertura del Año de la Fe que “tendrá lugar en la Plaza de San Pedro, el jueves 11 de octubre, quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II. Habrá una solemne concelebración eucarística con todos los Padres sinodales, los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo entero y los últimos Padres conciliares.

 El 21 de octubre se canonizarán 7 mártires y confesores de la fe: el francés Jacques Barthieu; el filipino Pedro Calugsod; el italiano Giovanni Battista Piamarta; la española María del Carmen; la iroquesa Katheri Tekakwhita y las alemanas Madre Marianne (Barbara Cope) y Anna Schäffer. El 25 de enero de 2013, en la tradicional celebración ecuménica en la basílica romana de San Pablo Extramuros, se rezará para que “ a través de la profesión común del Símbolo los cristianos (...) no olviden el camino de la unidad”. El 28 de abril el Santo Padre confirmará a un grupo de jóvenes. El domingo 5 de mayo, estará dedicado a la piedad popular y a la labor de las cofradías.

 El 18 de mayo, vigilia de Pentecostés, los movimientos antiguos y nuevos se reunirán en la Plaza de San Pedro. El domingo 2 de junio, Corpus Christi, habrá una solemne adoración eucarística y, a la misma hora, en todas las catedrales e iglesias del mundo.

 El domingo, 16 de junio, estará dedicado al testimonio del Evangelio de la Vida. El 7 de julio, concluirá en la Plaza de San Pedro, la peregrinación de los seminaristas, novicias y novicios de todo el mundo. El 29 de septiembre, los protagonistas serán los catequistas en el aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. El 13 de octubre está dedicado a la presencia de María en la Iglesia. Por último, el 24 de noviembre se celebrará la jornada de clausura del Año.

 Diversos dicasterios tienen en programa iniciativas publicadas en el calendario. El Año se enriquecerá con eventos culturales, entre los cuales, una exposición sobre San Pedro en Castel Sant'Angelo (7 febrero- 1 mayo 2013) y un concierto en la Plaza de San Pedro (22 de junio 2013)


 

Objetivos del Año de la Fe

¿Qué sentido da el Papa a este Año de la fe? ¿Qué objetivos pretende con él? Pienso que la respuesta la hallaremos en los dos documentos con los que fueron convocados los dos años de la fe después del Concilio Vaticano II: el de Pablo VI (1967) y ahora el de Benedicto XVI:

1) "Para confirmar nuestra fe rectamente expresada" (Pablo VI), "redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada" (Benedicto XVI).

2) "Para promover el estudio de las enseñanzas del Concilio Vaticano II" (Pablo VI), "con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (Benedicto XVI).

3) "Para sostener los esfuerzos de los católicos que buscan profundizar las verdades de la fe" (Pablo VI); "intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo" (Benedicto XVI).

A estos fines comunes a los dos Papas, Benedicto XVI añade, fijándose en las circunstancias actuales, algunos más:

1) "Invitar a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador
del mundo".

2) "Comprometerse a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe".

3) "Suscitar en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza".

4) "Comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios".

Este último objetivo es el que más recalca el Papa Ratzinger. Le interesa subrayar la inseparabilidad del acto con el que se cree y de los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento:

  • El acto de fe sin contenidos nos conduce a la total subjetivación de la fe.
  • Los contenidos, sin el asentimiento de la fe, instruyen nuestra mente, pero no nos unen a Dios ni son capaces de transformar nuestra vida, de convertirla al Dios vivo. Sólo si la profesión de fe desemboca en confesión del corazón podemos hablar de una fe madura, bien formada, capaz de producir frutos en los demás.

 

Libro privilegiado del Año de la Fe

El año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados en el Catecismo de la Iglesia Católica (Porta fidei, no. 11).

Si de lo que se trata es de reavivar e infundir una nueva linfa a la fe de los creyentes en Cristo, el Catecismo es el camino seguro para conseguirlo. En él se resume y expresa la fe de toda la Iglesia desde sus orígenes hasta nuestros días. En él hallamos:

  • la fe que profesamos (credo)
  • la fe que celebramos (liturgia)
  • la fe que vivimos (moral)
  • la fe que rezamos (oración)


En nuestro tiempo, en el que los contenidos objetivos de la fe cristiana son muchas veces devaluados, sometidos a crítica destructiva, preteridos, ha llegado el momento de apuntar el zoom sobre la fe en toda su riqueza de doctrina, fruto de veinte siglos de reflexión y de vida.

¡Un año entero para ello hará mucho bien a toda la comunidad de la iglesia!

Benedicto XVI propone el Catecismo, en este Año de la Fe, "como un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural" (Porta fidei, no. 12).

En las parroquias, en las escuelas privadas o públicas, el Catecismo brinda un apoyo insustituible para la enseñanza de la fe a los niños y jóvenes. Un cierto vaciamiento de la fe objetiva, que hoy se presiente en muchas iglesias particulares, tal vez sea debido a que se ha dejado de lado una referencia explícita al Catecismo de la Iglesia Católica. Quizás en estos últimos decenios se ha incubado y luego desarrollado el peligro de dar preferencia a los métodos, a la pedagogía, a los sentimientos, sobre los contenidos.

El Año de la Fe puede ayudar a la catequesis, también a la de adultos, a conseguir un equilibrio, una armonía entre pedagogía y teología, entre el contenido de la fe y las formas de comunicarlo a los demás. El papa Ratzinger ha invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar (Porta fidei, no. 12).

En la sociedad en que vivimos se entrecruzan los cristianos con hermanos en la fe, que ahora son indiferentes y viven al margen de ella; con hombres y mujeres de otras religiones, o que no son creyentes, aunque busquen sinceramente y de corazón la verdad. En este año de la fe, es importante para todos tomar en las manos el Catecismo de la Iglesia Católica, leerlo, reflexionarlo, dejar que la verdad y belleza de la fe que en él se expresa echen raíces en el corazón y florezcan en frutos de luz, de conversión y renovación, de gozo y de paz. A los no creyentes la lectura del Catecismo puede constituir una llamada amorosa de Dios.


 
El poder de la Fe

El papa Benedicto XVI, hace el elogio de la fe en una hermosa y significativa página del Motu proprio Porta fidei, un elogio que pone de manifiesto el poder de la feprimero la Virgen María, los apóstoles, discípulos, mártires,hombres y mujeres a lo largo de la historia han dado su vida para acercar a todos a Cristo.

Los últimos somos los cristianos de hoy: "nosotros". las palabras del Papa son a la vez constatación, exhortación, estímulo, proyección del futuro; "también nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia", que la fe sea "compañera de vida", "compromiso a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo".

Conclusión

Tenemos por delante unos meses para prepararnos a comenzar el año de la fe con corazón magnánimo. Leer, reflexionar, meditar y asimilar con la mente y con la vida, en estos meses, el Catecismo. Es una forma maravillosa, personal y comunitaria, de abrir el alma a la gracia del Año de la Fe.

Tengamos presente a lo largo de este tiempo: "que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada"

Que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, pues sólo en Él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. 


 

Ciudad del Vaticano, 5 octubre 2012 (VIS).- -Benedicto XVI concederá a los fieles la indulgencia plenaria con motivo del Año de la Fe que será válida desde su apertura (11 de octubre de 2012 hasta su clausura, 24 de noviembre de 2013) , según informa el decreto hecho público hoy firmado por el cardenal Manuel Monteiro de Castro y por el obispo Krzysztof Nykiel, respectivamente Penitenciario Mayor y Regente de la Penitenciaría Apostólica.

“En el día del cincuenta aniversario de la solemne apertura del Concilio Vaticano II indulgencia-plenaria-dice el texto- el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha establecido el inicio de un Año particularmente dedicado a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación, con la lectura o, mejor, la piadosa meditación de las Actas del Concilio y de los artículos del Catecismo de la Iglesia Católica”.

“Ya que se trata, ante todo, de desarrollar en grado sumo -por cuanto sea posible en esta tierra- la santidad de vida y de obtener, por lo tanto, en el grado más alto la pureza del alma, será muy útil el gran don de las indulgencias que la Iglesia, en virtud del poder conferido de Cristo, ofrece a cuantos que, con las debidas disposiciones, cumplen las prescripciones especiales para conseguirlas”.

“Durante todo el arco del Año de la Fe -convocado del 11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013- podrán conseguir la Indulgencia plenaria de la pena temporal por los propios pecados impartida por la misericordia de Dios, aplicable en sufragio de las almas de los fieles difuntos, todos los fieles verdaderamente arrepentidos, debidamente confesados, que hayan comulgado sacramentalmente y que recen según las oraciones del pontífice:

A) Cada vez que participen al menos en tres momentos de predicación durante las Sagradas Misiones, o al menos, en tres lecciones sobre los Actos del Concilio Vaticano II y sobre los artículos del Catecismo de la Iglesia en cualquier iglesia o lugar idóneo.

B) Cada vez que visiten en peregrinación una basílica papal, una catacumba cristiana o un lugar sagrado designado por el Ordinario del lugar para el Año de la Fe (por ejemplo basílicas menores, santuarios marianos o de los apóstoles y patronos) y participen en una ceremonia sacra o, al menos, se recojan durante un tiempo en meditación y concluyan con el rezo del Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima, las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos.

C) Cada vez que en los días determinados por el Ordinario del lugar para el Año de la Fe, participen en cualquier lugar sagrado en una solemne celebración eucarística o en la liturgia de las horas, añadiendo la Profesión de fe en cualquier forma legítima.

D) Un día, elegido libremente, durante el Año de la Fe, para visitar el baptisterio o cualquier otro lugar donde recibieron el sacramento del Bautismo, si renuevan las promesas bautismales de cualquier forma legítima.

Los obispos diocesanos o parroquiales y los que están equiparados a ellos por derecho, en los días oportunos o con ocasión de las celebraciones principales, podrán impartir la Bendición Papal con la Indulgencia plenaria a los fieles.

El documento concluye recordando que los fieles que “por enfermedad o justa causa” no puedan salir de casa o del lugar donde se encuentren, podrán obtener la indulgencia plenaria, si “unidos con el espíritu y el pensamiento a los fieles presentes, particularmente cuando las palabras del Sumo Pontífice o de los obispos diocesanos se transmitan por radio o televisión, recen, allí donde se encuentren, el Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima y otras oraciones conformes a la finalidad del Año de la Fe ofreciendo sus sufrimientos o los problemas de su vida”.

La indulgencia es la reducción o eliminación de las penas temporales que derivan de haber cometido un pecado y que puede ser obtenida en determinadas condiciones siempre que se esté en estado de gracia, según precisa el «Enchiridion Indulgentiarum».


 Ver LOS OBISPOS DEL URUGUAY INVITAN A CELEBRAR EL "AÑO DE LA FE"

 

QUIEN SE EMBRIAGA DEL ESPÍRITU ESTÁ ARRAIGADO EN CRISTO

(S.S. Benedicto XVI, 16 de mayo de 2012) 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Benedicto XVI rezando

En las últimas catequesis hemos reflexionado sobre la oración en los Hechos de los Apóstoles, hoy quiero comenzar a hablar de la oración en las Cartas de san Pablo, el Apóstol de los gentiles. Ante todo, quiero notar cómo no es casualidad que sus Cartas comiencen y concluyan con expresiones de oración: al inicio, acción de gracias y alabanza; y, al final, deseo de que la gracia de Dios guíe el camino de la comunidad a la que está dirigida la carta. Entre la fórmula de apertura: «Doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo» (Rm 1, 8), y el deseo final: «La gracia del Señor Jesús esté con vosotros» (1 Co 16, 23), se desarrollan los contenidos de las Cartas del Apóstol. La oración de san Pablo se manifiesta en una gran riqueza de formas que van de la acción de gracias a la bendición, de la alabanza a la petición y a la intercesión, del himno a la súplica: una variedad de expresiones que demuestra cómo la oración implica y penetra todas las situaciones de la vida, tanto las personales como las de las comunidades a las que se dirige.

Un primer elemento que el Apóstol quiere hacernos comprender es que la oración no se debe ver como una simple obra buena realizada por nosotros con respecto de Dios, una acción nuestra. Es ante todo un don, fruto de la presencia viva, vivificante del Padre y de Jesucristo en nosotros. En la Carta a los Romanos escribe: «Del mismo modo el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (8, 26). Y sabemos que es verdad lo que dice el Apóstol: «No sabemos orar como conviene». Queremos orar, pero Dios está lejos, no tenemos las palabras, el lenguaje, para hablar con Dios, ni siquiera el pensamiento. Sólo podemos abrirnos, poner nuestro tiempo a disposición de Dios, esperar que él nos ayude a entrar en el verdadero diálogo. El Apóstol dice: precisamente esta falta de palabras, esta ausencia de palabras, incluso este deseo de entrar en contacto con Dios, es oración que el Espíritu Santo no sólo comprende, sino que lleva, interpreta ante Dios. Precisamente esta debilidad nuestra se transforma, a través del Espíritu Santo, en verdadera oración, en verdadero contacto con Dios. El Espíritu Santo es, en cierto modo, intérprete que nos hace comprender a nosotros mismos y a Dios lo que queremos decir.

En la oración, más que en otras dimensiones de la existencia, experimentamos nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestro ser criaturas, pues nos encontramos ante la omnipotencia y la trascendencia de Dios. Y cuanto más progresamos en la escucha y en el diálogo con Dios, para que la oración se convierta en la respiración diaria de nuestra alma, tanto más percibimos incluso el sentido de nuestra limitación, no sólo ante las situaciones concretas de cada día, sino también en la misma relación con el Señor. Entonces aumenta en nosotros la necesidad de fiarnos, de abandonarnos cada vez más a él; comprendemos que «no sabemos orar como conviene» (Rm 8, 26). Y el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra incapacidad, ilumina nuestra mente y calienta nuestro corazón, guiando nuestra oración a Dios. Para san Pablo la oración es sobre todo obra del Espíritu en nuestra humanidad, para hacerse cargo de nuestra debilidad y transformarnos de hombres vinculados a las realidades materiales en hombres espirituales. En la Primera Carta a los Corintios dice: «Nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu» (2, 12-13). Al habitar en nuestra fragilidad humana, el Espíritu Santo nos cambia, intercede por nosotros y nos conduce hacia las alturas de Dios (cf. Rm 8, 26).

Con esta presencia del Espíritu Santo se realiza nuestra unión con Cristo, pues se trata del Espíritu del Hijo de Dios, en el que hemos sido hecho hijos. San Pablo habla del Espíritu de Cristo (cf. Rm8, 9) y no sólo del Espíritu de Dios. Es obvio: si Cristo es el Hijo de Dios, su Espíritu es también Espíritu de Dios, y así si el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, se hizo ya muy cercano a nosotros en el Hijo de Dios e Hijo del hombre, el Espíritu de Dios también se hace espíritu humano y nos toca; podemos entrar en la comunión del Espíritu. Es como si dijera que no solamente Dios Padre se hizo visible en la encarnación del Hijo, sino también el Espíritu de Dios se manifiesta en la vida y en la acción de Jesús, de Jesucristo, que vivió, fue crucificado, murió y resucitó. El Apóstol recuerda que «nadie puede decir “Jesús es Señor”, sino por el Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). Así pues, el Espíritu orienta nuestro corazón hacia Jesucristo, de manera que «ya no somos nosotros quienes vivimos, sino que es Cristo quien vive en nosotros» (cf. Ga 2, 20). En sus Catequesis sobre los sacramentos, san Ambrosio, reflexionando sobre la Eucaristía, afirma: «Quien se embriaga del Espíritu está arraigado en Cristo» (5, 3, 17: pl 16, 450).


Y ahora quiero poner de relieve tres consecuencias en nuestra vida cristiana cuando dejamos actuar en nosotros, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Cristo como principio interior de todo nuestro obrar.

Ante todo, con la oración animada por el Espíritu somos capaces de abandonar y superar cualquier forma de miedo o de esclavitud, viviendo la auténtica libertad de los hijos de Dios. Sin la oración que alimenta cada día nuestro ser en Cristo, en una intimidad que crece progresivamente, nos encontramos en la situación descrita por san Pablo en la Carta a los Romanos: no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos (cf. Rm 7, 19). Y esta es la expresión de la alienación del ser humano, de la destrucción de nuestra libertad, por las circunstancias de nuestro ser a causa del pecado original: queremos el bien que no hacemos y hacemos lo que no queremos, el mal. El Apóstol quiere darnos a entender que no es en primer lugar nuestra voluntad lo que nos libra de estas condiciones, y tampoco la Ley, sino el Espíritu Santo. Y dado que «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Co 3, 17), con la oración experimentamos la libertad que nos ha dado el Espíritu: una libertad auténtica, que es libertad del mal y del pecado para el bien y para la vida, para Dios. La libertad del Espíritu, prosigue san Pablo, no se identifica nunca ni con el libertinaje ni con la posibilidad de optar por el mal, sino con el «fruto del Espíritu que es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22). Esta es la verdadera libertad: poder seguir realmente el deseo del bien, de la verdadera alegría, de la comunión con Dios, y no ser oprimido por las circunstancias que nos llevan a otras direcciones.

Una segunda consecuencia que se verifica en nuestra vida cuando dejamos actuar en nosotros al Espíritu de Cristo es que la relación misma con Dios se hace tan profunda que no la altera ninguna realidad o situación. Entonces comprendemos que con la oración no somos liberados de las pruebas o de los sufrimientos, sino que podemos vivirlos en unión con Cristo, con sus sufrimientos, en la perspectiva de participar también de su gloria (cf. Rm 8, 17). Muchas veces, en nuestra oración, pedimos a Dios que nos libre del mal físico y espiritual, y lo hacemos con gran confianza. Sin embargo, a menudo tenemos la impresión de que no nos escucha y entonces corremos el peligro de desalentarnos y de no perseverar. En realidad, no hay grito humano que Dios no escuche, y precisamente en la oración constante y fiel comprendemos con san Pablo que «los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará» (Rm 8, 18). La oración no nos libra de la prueba y de los sufrimientos; más aún —dice san Pablo— nosotros «gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo» (Rm 8, 23); él dice que la oración no nos libra del sufrimiento, pero la oración nos permite vivirlo y afrontarlo con una fuerza nueva, con la misma confianza de Jesús, el cual —según la Carta a los Hebreos— «en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial» (5, 7). La respuesta de Dios Padre al Hijo, a sus fuertes gritos y lágrimas, no fue la liberación de los sufrimientos, de la cruz, de la muerte, sino que fue una escucha mucho más grande, una respuesta mucho más profunda; a través de la cruz y la muerte, Dios respondió con la resurrección del Hijo, con la nueva vida. La oración animada por el Espíritu Santo nos lleva también a nosotros a vivir cada día el camino de la vida con sus pruebas y sufrimientos, en la plena esperanza, en la confianza en Dios que responde como respondió al Hijo.

Y, en tercer lugar, la oración del creyente se abre también a las dimensiones de la humanidad y de toda la creación, que, «expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19). Esto significa que la oración, sostenida por el Espíritu de Cristo que habla en lo más íntimo de nosotros mismos, no permanece nunca cerrada en sí misma, nunca es sólo oración por mí, sino que se abre a compartir los sufrimientos de nuestro tiempo, de los demás. Se transforma en intercesión por los demás, y así en mi liberación, en canal de esperanza para toda la creación, en expresión de aquel amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Y precisamente este es un signo de una verdadera oración, que no acaba en nosotros mismos, sino que se abre a los demás, y así me libera, así ayuda a la redención del mundo.

Queridos hermanos y hermanas, san Pablo nos enseña que en nuestra oración debemos abrirnos a la presencia del Espíritu Santo, el cual ruega en nosotros con gemidos inefables, para llevarnos a adherirnos a Dios con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser. El Espíritu de Cristo se convierte en la fuerza de nuestra oración «débil», en la luz de nuestra oración «apagada», en el fuego de nuestra oración «árida», dándonos la verdadera libertad interior, enseñándonos a vivir afrontando las pruebas de la existencia, con la certeza de que no estamos solos, abriéndonos a los horizontes de la humanidad y de la creación «que gime y sufre dolores de parto» (Rm 8, 22). Gracias.

LOS OBISPOS DEL URUGUAY INVITAN A CELEBRAR EL

"AÑO DE LA FE"

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A los presbíteros, diáconos, religiosas y religiosos, a los hermanos y hermanas en la misma fe y a todas las comunidades católicas del país:

 

¡Que la Paz de Jesucristo esté siempre con ustedes!

1. El Papa Benedicto XVI, en su Carta Apostólica Porta Fidei  -La Puerta de la Fe-  ha convocado a todos los fieles y comunidades de la Iglesia Católica, a celebrar un Año de la Fe. Este se iniciará el próximo 11 de octubre y culminará el 24 de noviembre de 2013, celebración de Jesucristo, Rey del Universo.

 2. La fecha de inicio no es casual. Coincide con los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII y continuado por el Papa Pablo VI,  que reunió a los obispos católicos de todos los continentes. Fue un acontecimiento memorable  que sigue siendo un faro luminoso en el camino de renovación y fidelidad de la Iglesia actual.

También el próximo 11 de octubre, se cumplen 20 años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica por el Papa Juan Pablo II, cuyo objetivo es enseñar  y educar a todos los fieles en la verdad, vitalidad y belleza de la fe.

3. Los obispos del Uruguay  asumimos con alegría la iniciativa providencial de celebrar un Año de la Fe.  Tenemos la íntima convicción de que nuestras comunidades y todo nuestro  pueblo,  en el torbellino de noticias y sucesos de la historia cotidiana, sienten hambre de escuchar el anuncio de Jesucristo Resucitado. El está siempre cercano al corazón que busca respuestas satisfactorias a las fragilidades e incertidumbres que afligen la condición humana. 

Con mirada fraterna sostenida por la fe podemos afirmar que todos los uruguayos como personas con capacidad de razonar y sentir, no somos ajenos a la búsqueda de felicidad y de respuestas a las incertidumbres de la vida. La fe que por gracia de Dios profesamos, nos permite testimoniar que hemos encontrado una nueva luz y un grado de certeza, anclados firmemente en Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

La fe abre la puerta y los ojos del corazón y de la inteligencia y conduce a una vida donde las barreras se levantan, las distancias se acortan y el futuro se ilumina.

4. La puerta de la fe nos introduce en una historia de amor única, entre Dios nuestro Padre y cada uno de sus hijos. La Iglesia es el espacio privilegiado donde se custodia, transmite y celebra la historia viva de la fe.

La respuesta confiada de la fe inicia una relación personal y exigente con Dios. Nadie podría permanecer indiferente desde el momento que conoce que en su corazón hay una voz distinta que lo llama por su nombre.  San Agustín da cuenta de este silencioso conflicto: "tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo". [1]

 En Jesucristo, el Dios de los cristianos se muestra cercano y con rostro visible, según el testimonio unánime de los apóstoles, al punto que con estupor podemos decir con el apóstol Juan: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, se lo anunciamos" (1 Jn 1, 1-3). 

5. La puerta de la fe, siempre abierta, nos coloca ante el amor de Dios Padre que abraza, perdona y olvida esas páginas oscuras que con nuestras solas fuerzas no podemos superar. Un alto porcentaje de hijos e hijas de esta tierra, el día de su bautismo recibieron el germen de una vida "nueva" con horizontes infinitos que superan las más audaces imaginaciones de  la ciencia ficción o las visiones apocalípticas tan de moda en nuestros días. Hemos cruzado ese umbral, probablemente en brazos de una madre, un padre,  madrina o padrino. Esa buena semilla no muere; la reconocemos al escuchar la Palabra de Dios y experimentar que se enciende una luz en el corazón.  

6. Los pasos importantes de la vida hay que evocarlos y renovarlos con frecuencia, para que sirvan como chispa o brújula en cada jornada. De manera semejante, aquel primer paso o "sí" pronunciado en nuestro Bautismo personalmente o por boca de otros, tiene que llegar a ser decisión propia. Cada día es diferente y cada mañana tenemos que dejar atrás zonas oscuras de incredulidad. Tomás, el apóstol desconfiado, quiere ver y tocar para poder creer, como pasa a muchos uruguayos.  Jesús lo sorprendió y, al igual que el apóstol, también nosotros podemos terminar a los pies del Resucitado confesando: "¡Señor mío y Dios mío!".

7. El día del Bautismo se entrega una luz al bautizado; es la fe que hay que cultivar, alimentar y formar a lo largo de toda la vida. Esa llama alumbra el corazón, muestra el camino en horas inciertas y permite dar pasos seguros.

Por eso, en este Año de la Fe exhortamos al estudio del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica, que constituyen textos básicos para confirmar, comprender y profundizar lo que creemos. 

8. La Eucaristía es la fuente y culmen de la vida cristiana. La participación frecuente y fiel en la Misa del Domingo alimenta y acrecienta nuestra  fe, despliega nuestra esperanza y enciende nuestra caridad. En ese crecimiento nos animan y acompañan la Madre de Jesús, los santos y la nube de testigos que a lo largo de nuestra historia personal y comunitaria han sido fieles creyentes. 

9. El próximo domingo 11 de noviembre, en la tradicional Peregrinación Nacional a Florida, y celebrando  los 50 años de la declaración de la Virgen de los Treinta y Tres como Patrona del Uruguay, haremos en forma conjunta, como Iglesia que peregrina en nuestra patria, una celebración de apertura del Año de la Fe.

Con el ferviente deseo de que testimoniemos con generosidad este don que hemos recibido gratuitamente, los saludamos con paterno afecto en Cristo Nuestro Señor,

 

Los Obispos del UruguayCEU-horizontal

 Montevideo, 1° de Agosto de 2012                                                                     

     


Recomendamos a los presbíteros, diáconos, religiosas y religiosos, catequistas de parroquias y colegios, consejos pastorales, comunidades eclesiales y fieles, que lean  la Carta Apostólica Porta Fidei de Benedicto XVI y la Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe, preparada por la Congregación para la Doctrina de la fe. Allí se encontrarán sugerencias para vivir mejor este Año de Gracia.

                                                                                                                                                                                  


[1] Cfr. San Agustín, obispo,  Confesiones, Libro 7, 10. 18, 27



Ver:  AÑO DE LA FE, SUS OBJETIVOS Y LA INDULGENCIA PLENARIA

Recetas sencillas para afrontar la crisis

benedicto 211110SEIS IDEAS DE S.S. BENEDICTO XVI QUE AYUDARÍAN A AFRONTAR LA CRISIS Y A CONSTRUIR UN MUNDO MÁS JUSTO.


Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: Romereports.com


Benedicto XVI ha hablado, y mucho, sobre la crisis económica. Reflexiona a fondo sobre la actualidad antes de afrontarla. En su encíclica “Caritas in veritate” adelantó los conceptos que considera fundamentales para salir de la crisis económica.


PRINCIPIO DE GRATUIDAD

Significa que en las relaciones entre las personas y los pueblos no todo está regido por los beneficios. O sea, que es bueno que exista capacidad de dar gratuitamente para ayudar al otro a progresar.

“La economía necesita la ética para su correcto funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado, que no puede tener como única regla el lucro”. (Benedicto XVI. Audiencia General 08.07.2009)


LÓGICA DEL DON

Benedicto XVI reclama generosidad, ceder parte del beneficio. Mirar más allá porque eso contribuye al desarrollo de los sectores más débiles.

“Pero esto sólo es posible gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores, y presupone una formación de las conciencias que dé fuerza a los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos”. (Benedicto XVI. Audiencia General 08.07.2009)


PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD

Todos somos responsables en el desarrollo humano. No es bueno impedir la iniciativa privada y tampoco los Estados pueden evadir su responsabilidad en las cuestiones sociales. Cada persona, cada institución, debe asumir su parte.

“Se repite cada vez más que toda la humanidad debe adoptar un estilo de vida diferente, en el que los deberes de cada uno con el medio ambiente vayan unidos a los deberes relativos a la persona considerada en sí misma y en relación con los demás”. (Benedicto XVI. Audiencia General 08.07.2009)


PRINCIPIO DE SOLIDARIDADAD

Los pueblos deben mirarse unos a otros de forma solidaria. No puede primar la indiferencia, la envidia, la avaricia, el egoísmo, el odio y el sectarismo.ninio-desnutrido-ok

“La humanidad es una sola familia y el diálogo fecundo entre fe y razón no puede menos de enriquecerla, haciendo más eficaz la obra de la caridad en lo social y constituyendo el marco apropiado para incentivar la colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz en el mundo”. (Benedicto XVI. Audiencia General 08.07.2009)


AUTORIDAD POLÍTICA MUNDIAL

Hay que evitar el caos, el desgobierno. Para que la sociedad funcione es necesario el respeto de la ley, y una autoridad que la aplique para que todos la asuman y respeten. Esa ley debe ser clara y respetuosa con todos los pueblos y creencias.

“Ante los problemas tan vastos y profundos del mundo de hoy, he señalado la necesidad de una Autoridad política mundial regulada por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada a la realización del bien común, en el respeto de las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad”. (Benedicto XVI. Audiencia General 08.07.2009)


LA PERSONA EN EL CENTRO

¿Cuál es la solución a la crisis?, ¿dónde están las medidas concretas?... El Papa no busca salvar el sistema, le interesan las personas.

“Ciertamente, la encíclica no pretende ofrecer soluciones técnicas a las amplios problemas sociales del mundo actual, pues esto no es competencia del Magisterio de la Iglesia. Sin embargo, recuerda los grandes principios que son imprescindibles para construir el desarrollo humano de los próximos años. Entre estos, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso”. (Benedicto XVI. Audiencia General 08.07.2009)


Recetas sencillas de aplicar que ayudarían a afrontar la crisis y a construir un mundo más justo y humano.