Nota realizada en Octubre de 2009

Juan María Vianney, el Cura de Ars

En el año sacerdotal, Benedicto XVI ha indicado como modelo la figura del Cura de Ars, patrono de los párrocos.

Eran tiempos tristes para la Francia del segundo Terror. La iglesia parroquial de Dardilly se había cerrado y toda actividad de culto había sido prohibida. Allí fue donde nació Juan María Vianney. Durante su primera comunión, celebrada en un caserío en el curso de una m

isa clandestina, le brotó en el corazón el deseo de ser sacerdote. La idea parecía utópica: se habían suprimido los seminarios; pero un sacerdote valiente, Charles Balley, había creado una escuela parroquial para los candidatos al sacerdocio.curaars-01

Humanamente hablando, el alumno Juan María era un caso casi perdido: tenía más de 20 años y apenas sabía leer y escribir. Balley apreció el candor de su alma y su tenacidad campesina y lo admitió en su escuela. Al joven no le resultaron fáciles las clases, sobre todo las de latín, mientras que se le daba muy bien aprender y poner en práctica las palabras del Evangelio. El tesón de ambos consiguió lo imposible: el 13 de agosto de 1815 Juan María Vianney fue ordenado sacerdote con la condición de que se mantuviera bajo la guía de Balley y no ejerciera el ministerio de la confesión. Siguieron tres años de maravillosa convivencia para los dos sacerdotes.

Cuando Balley murió, la curia no consideró oportuno dejar aquella importante parroquia en manos de Vianney y lo nombraron capellán de una pequeña aldea de 40 casas y 270 habitantes: Ars. El pueblecito desde luego no brillaba por su santidad. Todavía había fe en la gente, pero estaba cubierta por la ceniza de la ignorancia religiosa y por unas prácticas morales discutibles.

El joven sacerdote empezó su trabajo poniendo un poco de orden en la pequeña iglesia y tomando contacto con sus feligreses. Iba por los campos a visitarlos en sus casas, conversaba con ellos sobre la cosecha y sobre el estado de salud de sus animales. Así rompía el hielo y entablaba amistades. En poco tiempo llegó a conocer los vicios y las virtudes de su gente.

Obligados por la necesidad más que por la ideología revolucionaria, los domingos por la mañana, los hombres preferían trabajar en el campo en vez de ir a la iglesia. Por la tarde, entre riñas y blasfemias, se agolpaban en las cuatro tabernas del pueblo donde despilfarraban el poco dinero del que disponían. Las chicas no tenían el ajuar necesario para casarse y no podían aprender un oficio: sólo sabían pastorear las pocas ovejas que tenían sus familias y almacenar paja para el invierno. En las solemnidades, el motivo principal para reunirse eran las fiestas, donde se bailaba a la luz de las velas hasta la mañana siguiente. Fue entonces cuando el Cura de Ars acuñó su famosa frase: «¡Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias!»

Pero no todo era tan negro. Don Juan María había observado a un campesino que todas las tardes dejaba sus aperos en la puerta de la iglesia al volver del campo, entraba y se quedaba sentado en silencio durante largo rato. Un día, el Cura de Ars se le acercó: «Buen hombre, ¿qué hace aquí en silencio?». A lo que el campesino, asombrado por la pregunta, le contestó: «Estoy ante mi Señor. Él me mira y yo le miro a Él».

Para el Cura de Ars, su primer deber era rezar. Mientras los hombres estaban blasfemando en las tabernas, él estaba de rodillas delante del sagrario en adoración y preparaba la catequesis de niños y adultos: el Señor le inspiraría las palabras que tenía que usar mejor que los libros. Luego estaba la penitencia. En Ars no era difícil practicarla, porque la vida era dura para todos y él, que comía unas pocas patatas cocidas con un poco de sal, ¡podía considerarse afortunado! Debido a su escrupulosidad, Juan María añadió algunas penitencias un poco exageradas que le perjudicaron la salud: «excesos de juventud», dirá él mismo más tarde.

Oración y penitencia no eran fines en sí mismas. Viendo la miseria material y moral en la que se encontraban muchas chicas, creó una escuela para ellas donde recibían comida, educación y aprendían un oficio. La llamó «Providencia». Para los adultos creó dos asociaciones, una para las mujeres y otra para los hombres, a través de las cuales ocupaba a todos en actividades caritativas y de culto.

Poco a poco la fisionomía de la parroquia empezó a cambiar y la fama de ese cura, al que sólo se le conocía por su poca preparación intelectual, se extendió más allá de Ars. Hasta en los mercados se oía decir a los campesinos: «¡Ningún cura nos ha hablado nunca como nuestro párroco!» En un momento de entusiasmo, a él mismo se le escapó: «Hermanos míos, ¡Ars ya no es Ars!», añadiendo que el pequeño cementerio del pueblo estaba lleno de santos.

Hasta se corrió la noticia de que en Ars sucedían hechos milagrosos. Y en efecto, las conversiones que tenían lugar en el confesionario eran de ese calibre. El Cura de Ars se las atribuía a santa Filomena, pero mientras tanto un gran número de personas acudía a descargar en el corazón del «santo cura» el peso de sus pecados. Y los que iban en busca de curaciones, volvían a casa con el espíritu reconfortado.

Corrieron también noticias difamatorias, porque muchos no podían creer que un cura de pueblo, al que se le consideraba un inútil, pudiera obrar prodigios. Las malas lenguas llegaron hasta el obispo, el cual ordenó que se realizara una investigación canónica que dejó claro lo infundado de las acusaciones y que sirvió para que aumentara la afluencia de peregrinos a Ars.

En 1845 incluso enviaron a Ars al padre Lacordaire, famoso orador sagrado de la época, que después de escuchar la homilía del Cura de Ars, le dijo: «Usted me ha enseñado a conocer al Espíritu Santo». Y el Cura de Ars comentaba con gracia el día después de que el padre Lacordaire había hablado a sus feligreses en la iglesia: «Dicen que a veces los extremos se tocan. Precisamente eso ocurrió ayer en el púlpito de Ars. Se vio la ciencia sublime y la alta ignorancia». A quien le pedía su parecer sobre la predicación del párroco iletrado, Lacordaire respondía: «¡Ojalá todos los curas de pueblo predicaran tan bien como él!»

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 Coincidiendo con el 150º aniversario de la muerte de san Juan María Vianney –el «Cura de Ars»– el papa Benedicto XVI inauguró el 19 de junio de 2009 un «año sacerdotal» bajo la protección del patrono de todos los párrocos. (año que en Montevideo culminó el 13 de mayo del 2010).

Durante la catequesis o en la iglesia, en confidencias a feligreses o peregrinos que lo conocieron. reconocieron en este sacerdote a un hombre de Dios desconcertante y extraordinario, de quien su obispo decía: «Yo no sé si es instruido o no; lo que sí sé es que el Espíritu Santo se encarga de iluminarlo».