11. En el Año de la fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica

En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “«desertificación» espiritual” que ha avanzado en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afirmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012). En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!

Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la fe, preciosa entrada en el itinerario de la nueva evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica, repropuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten resaltar nuestra plena adhesión a las enseñanzas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.

12. Contemplando el misterio y cercanos a los pobres

En esta óptica queremos indicar a todos los fieles dos expresiones de la vida de la fe que nos parecen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización.

El primero está constituído por el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden.

Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hombres y mujeres, dedican su vida, en los monasterios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.

El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

A los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en definitiva, conduce a Cristo.

El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la convivencia humana desde la vida social y política.

13. Una palabra a las Iglesias de las diversas regiones del mundo

La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesiales presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.

Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera difusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fidelidad y a vosotros, cristianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evangelización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo; algunos fieles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continúe a bendecir vuestra fidelidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de firme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.

Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos nuestra gratitud por el testimonio que ofrecéis del Evangelio muchas veces en situaciones humanas muy difíciles. Os exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recientes, a edificaros como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, especialmente en las pequeñas comunidades cristianas. Afirmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llamada de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea liberados de la violencia y los conflictos que lo atormentan.

Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. También conviene reconocer que muchas de las expresiones de la cultura de vuestra sociedad están lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no os coloca fuera de vuestra cultura, sino que os llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogéis en vuestras generosas tierras a nueva población de inmigrantes y refugiados, estad dispuestos a abrir las puertas de vuestras casas a la fe. Fieles a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sed solidarios con la América Latina en la permanente tarea de evangelización de vuestro continente.

El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vuestro países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe os exhortamos a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.

También a vosotros, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigiros una palabra de fortalecimiento y exhortación. Vuestra presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial, es una semilla profunda, confiada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las diversas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces está situada al margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, la Iglesia de Asia, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sentid la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro continente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.

Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos vuestro pasado y también vuestro presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundad experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha contribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las dificultades del presentes no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.

Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, finalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por vosotros es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también vosotros sintáis viva la sed de una vida nueva y podáis escuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprometeos a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Os exhortamos a encontrarlo en vuestra vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42).

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