La Novia y la Novicia

por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande

      Diez pretendientes tuvo Ruperta. Bueno, claro, no simultáneamente los diez. Pero siempre se dio el lujo de decirles que no. Cuando alguno se ponía más insistente, y buscaba oportunidad de entrar en su vida, decididamente cortaba con una negativa que lo alejaba sin explicaciones.

      Cuando dijo el primer no, tenía clara conciencia de que aún le quedaban al menos nueve sí como posibles. Y como era joven y bonita, la seducía la idea de vivir de los posibles. Por ello el decir un no, la gratificaba asegurándola en su posición un tanto romántica de estar disponible para no sé qué futuro.

      Pero era evidente que con decir simplemente que no, el futuro no se construía. Cada negativa la dejaba exactamente donde estaba, y cada vez un poco más cerrada sobre sí misma. A medida que crecía el número de sus no, se iban acortando proporcionalmente las posibilidades de sus sí.

      Y pasaron los años. Cuando pegó la curva de los treinta y cinco, se dio cuenta de que su actitud conducía a nada. Apagó sus humos, reflexionó sobre su vida, y se abrió a los demás. Y aunque humanamente tuvo que renunciar a muchas de sus expectativas, por último corajió una de las posibilidades y comenzó su primer noviazgo a fondo. Lo defendió con uñas y dientes, sobre todo de sí misma y de sus ilusiones un tanto adolescentes. Y finalmente se dio cuenta de que valía la pena decir un sí a la vida y al amor.

      La mañana que se casaron; porque se casaron de mañana; unas cuantas amigas la acompañaron en su ceremonia. Todas se emocionaron felicitándola por el paso que daba. Quizá las amigas no se daban cuenta que Ruperta al decir en esa mañana su sí, englobaba en él todos los no a las futuras posibilidades que se le pudieran presentar. Porque aquella aceptación incluía definitivamente la renuncia a todos los otros hombres que pudiera presentársele en su vida. Pero eran personas realistas. Por ello se alegraron sinceramente por su elección. Sabían que sólo a través del sí, ella se ponía en marcha hacia el futuro, hacia la vida. Nadie se preocupaba de las renuncias encerradas en aquella elección.

      La sobrina de Ruperta tenía diecisiete años. Llena de vida y con todo el futuro que le sonreía a través de los sueños de sus viejos, y de las aspiraciones de sus amistades. Había terminado quinto y tenía que decidir. Varias carreras eran posibles. Tenía inteligencia ella, y dinero sus padres. Pero desde el retiro de setiembre, algo le andaba bullendo dentro de su corazón de muchacha. Sentía que Cristo le pedía un sí entero. Y a ella le entusiasmaba la idea de decirle que sí, aunque le asustaba un poco lo que podría encerrar para el futuro.

      Cuando se supo que entraba al convento, se armó un bonito revuelo entre los parientes, sobre todo entre los y las que ya habían doblado la curva de los treinta y cinco. No les entraba en la cabeza que esta chica pudiera decir de golpe que no a tantas cosas que la vida le ofrecía como posibles, sin siquiera haberlas probado. Los tenía obsesionados la idea de que la chica al entrar al convento renunciaba a un futuro profesional, a una pareja feliz, a los hijos. Renunciar a tanto ¿pero qué necesidad había? ¿Quién le habría metido en al cabeza semejante idea? Se hablaron barbaridades y se dijeron estupideces sobre las monjas a cuyo colegio sus papis la habían mandado desde pequeña, porque era un colegio bien y daba status. Se criticó al cura que les había dado el retiro de setiembre a las chicas de quinto, y discretamente la andanada salpicó a los padres que inconscientemente le habían dado el permiso para hacerlo.

      En fin lo curioso fue que muy poco realmente pensaron que lo que la muchacha estaba haciendo no era decir que no a nada. Simplemente decía que sí a Alguien. Era ese sí el que encerraba tantos no. No había ninguna necesidad de esperar a los treinta y cinco como hizo la Ruperta, que se dedicó a decirlos en cómodas cuotas mensuales durante veinte años, para aflojar recién a la fuerza un sí medio tibión empollado por una nidada de no anteriores.

      La conozco a esta joven, que es hoy una gran religiosa. Conserva toda la frescura de un sí grandote dicho desde el principio.

Eligiendo Cruces

por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos rodados, Editorial Patria Grande

      Estos también es del tiempo viejo, cuando Dios se revelaba en sueños. O al menos la gente todavía acostumbraba a soñar con Dios. Y era con Dios que nuestro caminante había estado dialogando toda aquella tarde. Tal vez sería mucho hablar de diálogo, ya que no tenía muchas ganas de escuchar sino de hablar y desahogarse.

      El hombre cargaba una buena estiba de años, sin haber llegado a viejo. Sentía en sus pierna el cansancio de los caminos, luego de haber andado toda la tarde bajo la fría llovizna, con el mono al hombre y bordeando las vías del ferrocarril hacía tiempo que se había largado a linyerear, abandonando, vaya a saber por qué, su familia, su pago y sus amigos. Un poco de amargura guardaba por dentro, y la había venido rumiando despacio como para acompañar la soledad.

      Finalmente llegó mojado y aterido hasta la estación del ferrocarril, solitaria a la costa de aquello que hubiera querido ser un pueblito, pero que de hecho nunca pasó de ser un conjunto de casas que actualmente se estaban despoblando. No le costó conseguir permiso para pasar la noche al reparo de uno de los grandes galpones de cinc. Allí hizo un fueguito, y en un tarro que oficiaba de ollita recalentó el estofado que le habían dado al mediodía en la estancia donde pasara la mañana. Reconfortado por dentro, preparó su cama: un trozo de plástico negro como colchón que evitaba la humedad. Encima dos o tres bolsas que llevaba en el mono, más un par de otras que encontró allí. Para taparse tenía una cobija vieja, escasa de lana y abundante en vida menuda. Como quien se espanta un peligro de enfrente, se santiguó y rezó el Bendito que le enseñara su madre.

      Tal vez fuera la oración familiar la que lo hizo pensar en Dios. Y como no tenía otro a quien quejarse, se las agarró con el Todopoderosos reprochándole su mala suerte. A él tenían que tocarle todas. Pareciera que el mismo Tata Dios se las había agarrado con él, cargándole todas las cruces del mundo. Todos los demás eran felices, a pesar de no ser tan buenos y decentes como él. Tenían sus camas, su familia, su casa, sus amigos. En cambio aquí lo tenía a él, como si fuera un animal, arrinconado en un galpón, mojado por la lluvia y medio muerto de hambre y de frío. Y con estos pensamientos se quedó dormido, porque no era hombre de sufrir insomnios por incomodidades. No tenía preocupaciones que se lo quitaran. En el sueño va y se le aparece Tata Dios, que le dice:

      -Vea, amigo. Yo ya estoy cansado de que los hombres se me anden quejando siempre. Parece que nadie está conforme con lo que yo le he destinado. Así que desde ahora le dejo a cada uno que elija la cruz que tendrá que llevar. Pero que después no me vengan con quejas. La que agarren tendrán que cargarla para el resto del viaje y sin protestar. Y como usted está aquí, será el primero a quien le doy la oportunidad de seleccionar la suya, vea, acabo de recorrer el mundo retirando todas las cruces de los hombres, y las he traído a este galpón grande. Levántese y elija la que le guste.

      Sorprendido el hombre, mira y ve que efectivamente el galpón estaba que hervía de cruces, de todos los tamaños, pesos y formas. Era una barbaridad de cruces las que allí había: de fierro, de madera, de plástico, y de cuanta material uno pudiera imaginarse.

      Miró primero para el lado que quedaban las más chiquitas. Pero le dio vergüenza pedir una tan pequeña. El era un hombre sano y fuerte. No era justo siendo el primero quedarse con una tan chica. Buscó entonces entre las grandes, pero se desanimó enseguida, porque se dio cuenta que o le daba el hombro para tanto. Fue entonces y se decidió por una tamaño medio: ni muy grande, ni tan chica.

      Pero resulta que entre éstas, las había sumamente pesadas de quebracho, y otras livianitas de cartón como para que jugaran los gurises. Le dio no sé qué elegir una de juguete, y tuvo miedo de corajear una de las pesadas. Se quedó a mitad de camino, y entre las medianas de tamaño prefirió una de peso regular.

      Faltaba con todo tomar aún otra decisión. Porque no todas las cruces tenían la misma terminación. Las había lisitas y parejas, como cepilladas a mano, lustrosas por el uso. Se acomodaban perfectamente al hombro y de seguro no habrían de sacar ampollas con el roce. En cambio había otras medio brutas, fabricadas a hacha y sin cuidado, llenas de rugosidades y nudos. Al menor movimiento podrían sacar heridas. Le hubiera gustado quedarse con la mejor que vio. Pero no le pareció correcto. El era hombre de campo, acostumbrado a llevar el mono al hombro durante horas. No era cuestión ahora de hacerse el delicado. Tata Dios lo estaba mirando, y no quería hacer mala letra delante suyo. Pero tampoco andaba con ganas de hacer bravatas y llevarse una que lo lastimara toda la vida.

      Se decidió por fin y tomando de las medianas de tamaño, la que era regular de peso y de terminado, se dirigió a Tata Dios diciéndole que elegía para su vida aquella cruz.

      Tata Dios lo miró a los ojos, y muy en serio le preguntó si estaba seguro de que se quedaría conforme en el futuro con la elección que estaba haciendo. Que lo pensara bien, no fuera que más adelante se arrepintiera y le viniera de nuevo con quejas.

      Pero el hombre se afirmó en lo hecho y garantizó que realmente lo había pensado muy bien, y que con aquella cruz no habría problemas, que era la justa para él, y que no pensaba retirar su decisión. Tata Dios casi riéndose le dijo:

      -Ven, amigo. Le voy a decir una cosa. Esa cruz que usted eligió es justamente la que ha venido llevando hasta el presente. Si se fija bien, tiene sus iniciales y señas. Yo mismo se la he sacado esta noche y no me costó mucho traerla, porque ya estaba aquí. Así que de ahora en adelante cargue su cruz y sígame, y déjese de protestas, que yo sé bien lo que hago y lo que a cada uno le conviene para llegar mejor hasta mi casa.

      Y en ese momento el hombre se despertó, todo adolorido del hombre derecho por haber dormido incómodo sobre el duro piso del galpón.

A veces se me ocurre pensar que si Dios nos mostrara las cruces que llevan los demás, y nos ofreciera cambiar la nuestra, cualquiera de ellas, muy pocos aceptaríamos la oferta. Nos seguiríamos quejando lo mismo, pero nos negaríamos a cambiarla. No lo haríamos, ni dormidos.


Aceptar la vidacruz1

Señor,
si valorara más lo que he recibido,
si aprendiera a descubrir lo mucho que tengo,
si tuviera más paciencia y sabiduría
para entender tus caminos,
si recuperara la sorpresa y la gratitud,
si volviera a Ti mi mirada más seguido,
seguramente aceptaría
con más alegría y confianza
la vida tal como me las has dado,

porque Tú sabes
cuál es la ruta de mi camino hacia Tí.


- Que así sea -


La Contestadora de Dios

Por favor selecciona una de las siguientes opciones...

La contestadora de Dios¿Qué sucedería si Cristo decidiera instalar una contestadora telefónica automática en el cielo?

Imagínate rezando y escuchando el siguiente mensaje:

Gracias por llamar a la Casa de mi Padre... Por favor selecciona una de las siguientes opciones:

*Presiona 1 para "peticiones".
*Presiona 2 para "acciones de gracias".
*Presiona 3 para "quejas".
*Presiona 4 para cualquier otro asunto.

Imagínate que Dios usara la excusa tan conocida...

De momento todos nuestros ángeles están ocupados, atendiendo a otros clientes. Por favor manténgase rezando en la línea y su llamada será atendida en el orden que fue recibida.

¿Te imaginas obteniendo este tipo de respuestas cuando llames a Dios en tu oración?...

*Si deseas hablar con Gabriel, presiona 5.
*Con Miguel, presiona 6.
*Con cualquier otro ángel, presiona 7.
*Si deseas que el Rey David te cante un Salmo, presiona 8.
*Si deseas hacer reservaciones para la casa de mi Padre, simplemente presiona: J U A N, seguido de los números 3, 1-6.
*Si deseas obtener respuestas a preguntas necias sobre los dinosaurios, la edad de la Tierra, dónde está el Arca de Noé, por favor espérate a llegar al Cielo.

¿Te imaginas lo siguiente en tu oración?

Nuestra computadora señala que ya llamaste otra vez hoy, por favor cuelga inmediatamente y despeja la línea para otros que quieren también rezar

O bien lo siguiente:

Nuestras oficinas estarán cerradas el fin de semana, por causa de Semana Santa; por favor vuelve a llamar el lunes.

GRACIAS A DIOS que ésto no sucede...
GRACIAS A DIOS que le puedes llamar en oración cuantas veces necesites...
GRACIAS A DIOS que a la primera llamada Él siempre te contesta...
GRACIAS A DIOS porque en JESÚS y con JESÚS nunca estará la línea ocupada...
GRACIAS A DIOS que Él nos responde personalmente y nos conoce por nuestro nombre...
GRACIAS A DIOS que Él conoce nuestras necesidades antes de que se las manifestemos...
GRACIAS A DIOS porque de nosotros depende llamarle en ORACIÓN...
GRACIAS A DIOS...

¿Como quieres llevar tu cruz?

Este cuento trata de tres obreros que día a día laboran, cada uno en el puesto que ocupaban en una hacienda.

Daniel, quien se encargaba de cuidar los caballos se pasaba todo el día lamentándose de cuan duras eran sus tareas y que poca paga recibía. A Ramón le tocaba ordeñar y llevar a pastar las vacas.
Siempre se le escuchaba maldecir, y en ocasiones muy frecuentes estallaba en cólera dándole punta pies a todo lo que encontraba a su alrededor. Por último, estaba Carlos quien se encargaba de cuidar los cerdos.

Carlos, lo primero que hacia antes de comenzar sus labores era darle los buenos días a cada uno de sus compañeros de trabajo, y de paso le obsequiaba la mejor de sus sonrisas. El trabajo de Carlos era bastante pesado, al igual que el de Daniel y el de Ramón, pero a diferencia de estos últimos dos, Carlos nunca maldecía, ni se quejaba. cuando la cólera amenazaba con dominarlo. Carlos suavemente desliza su mano hasta introducirla en uno de los bolsillos de su pantalón donde guardaba una cruz de madera, la sacaba, la contemplaba por un instante, luego la guardaba y continuaba su labor con una gran calma.
Esta acción llenó de mucha curiosidad a sus compañeros de trabajo.

Un día, mientras estaban todos los empleados almorzando, Daniel tomó la palabra y dirigiéndose a Carlos le dice: - ¡Oye Carlos! ¿Por qué siempre llevas una cruz de madera en el bolsillo de tus pantalones?
Ramón entra en la conversación y de forma burlona comenta lo siguiente: - De seguro que es su amuleto de buena suerte. Carlos introduce la mano en el bolsillo de sus pantalones, saca la cruz y sosteniéndola en sus manos dice: - Esta cruz que yo fabriqué con mis propias manos y que esta vacía (o sea que no tiene un Cristo), tiene un gran significado para mí. Esta cruz representa la cruz que a mi me ha tocado cargar en esta vida. Cada vez que la miro, a mi mente llega el recuerdo del calvario y veo en ese recuerdo a tres personas llevar sus respectivas cruces. La primera persona que veo es a Dimas llevando su cruz obligado, porque no le queda más remedio; la otra persona que veo es a Gestas (el mal ladrón) que la lleva maldiciendo y renegando; por ultimo veo a Jesús que se abraza a su cruz mientras camina. Cuando la cólera amenaza con robarme la paz, tomo esta cruz en mis manos y me hago la siguiente pregunta: ¿cómo quiere Dios que lleve esta cruz que me ha dado? ¿Cómo Dimas? ¿Cómo Gestas? ¿O cómo Jesús?

De ti depende como quieres llevar esa cruz: la llevarás como Dimas,
como Gestas, o como Jesús.

Autor Desconocidocruz6

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